Transporte en invierno 1: Marinas

Post publicado en nuestro blog Navegando por Grecia.
En Grecia faltan muchas cosas, pero si hay algo que sobra son personas sentadas tras la mesa de un despacho; solo sirven para crear problemas.

Debió ser una premonición, pero nosotros solo asentíamos. El taxista corría que se las pelaba y nos señalaba una tras otras las construcciones ilegales, mansiones en el camino desde el aeropuerto hasta Lavrio.

– ¿Las tirarán?

– No. Les obligarán a pagar impuestos.

– Bueno, si fuera verdad…

– Mi hijo trabaja de policía de carretera. Esos sí que son eficientes. Pase lo que pase, en 5 minutos están en la escena del accidente.- De repente dio un frenazo y se puso a 60 km por hora. Nos señaló un cartel de “velocidad controlada por radar”.- Si no te das cuenta…te puede caer una gorda.

-Sí, claro, en 5 minutos los tienes aquí.- Le dije sonriendo. El, solo intentaba demostrar lo cumplidora que es esta tierra, pero somos perros viejos. Las carreteras de Grecia estan llenas de esos mismos carteles y nadie parece prestarles atención. Al estado le dio el presupuesto para comprar muchas señales, pocos radares; así que todo el mundo sabe dónde están. Y este taxista tenía información privilegiada.

Me acordé de un día, hace años, que conducía hacia Atenas, en las proximidades de Agrinio. Los conductores se saltaban las continuas sin pestañear y a mí, criada en la amenaza de la omnipresente benemérita, me producía escalofríos. Pero la raya continua no se interrumpía nunca, así que acabé a 30 por hora detrás de un tractor. Un poco de aprensión primero y un trago saliva después y… ¡Venga! a pisar la línea blanca con los neumáticos. ¡Ay qué impresión!

Luego vinieron las luces de los coches con los que me cruzaba. ¿Luces? Yo aferrada como estaba al volante, solo veía el desprendimiento vaporoso del asfalto recalentado. Tras la recta interminable, un coche blanco y azul me dio el alto.

-¿Sabes que te has saltado la continua?

– Sí. El tractor…

– ¿Sabes que eso está prohibido?

– S…Si. Sí, lo siento.- El mundo se fundía con el calor del medio día.

– Licencia del automóvil, por favor.

Les mostré los papeles españoles, indescifrables para ellos, y se quedaron un rato mirándolos por delante y por detrás; dándole vueltas y más vueltas.

– ¿Española? ¿España?- Se pusieron a hablar de futbol entre ellos, mientras me lanzaban miradas divertidas de reojo. Yo solo pensaba en la cuantía de la infracción mientras veía a los vehículos pasar a nuestro lado modosos; a velocidades muy correctas y sin adelantar. Estaba claro que la única persona de Grecia que no sabía que allí y solo allí había un coche de policía era yo ¡Hay que ver que tontos son los guiris!
Estaba a punto de licuarme cuando el agente se volvió hacia mí.

– ¿No lo volverás a hacer, verdad?

– Ποτέ, ποτέ, ποτέ. (Jamás, jamás, jamás)

Me dejaron marchar, con la sensación de que había vivido un espejismo, me senté en el coche sin poder meter las llaves en la ranura. Ποτέ.

Pero… cuando se peca una vez…ya se sabe… hay más facilidad de hacerlo sucesivas veces.

Me desperté de mis ensoñaciones cuando pasábamos Lavrio de largo, en busca de la marina donde estaba el barco que íbamos a transportar hasta el Jónico. Esperaba que no estuviera muy lejos, pues tenía ganas de visitar el teatro de Lavrio, uno de los más grandes y antiguos, si tenía tiempo antes de zarpar, pero el taxi seguía y seguía, hacia el sur.

Un descampado con pocos barcos, un recinto rodeado de una valla metálica y unos perros de pelajes ponzoñosos desgañitándose a la entrada. Un reducto exclusivo para ricos. Y como ricos no hay tantos, medio vacío. Habíamos llegado a Marina Olympic.

No fue difícil localizar el barco en el varadero vacío, dejamos nuestro equipaje y nos presentamos en las oficinas de la ya bautizada como “Desolation Marine”. Una señorita de sonrisa etrusca se afanaba en teclear con dos dedos algo en el ordenador; tenía las uñas tan largas que no podría hacerlo de otro modo; pintadas de negro y con incrustaciones de brillantes. ¡Guau!

– ¿Por qué quiere el propietario llevarse el barco? ¿No está a gusto aquí?

Me encogí de hombros sin decirle nada más. El propietario estaba tan desolado como la propia marina, de haber dejado su barco en medio de la nada y de esperar mes tras mes que un mecánico le revisara el motor.

– ¿Cuándo quieren botar la embarcación?

– Mañana a primera hora. Como dormiremos a bordo no nos importa madrugar.

– Ah no, eso es imposible, no se puede pernoctar a bordo, deberán buscar un hotel. Hay uno a 5 km hacia el sur, que igual está abierto.

¿Igual? Eso implicaba taxi para arriba, taxi para abajo, en busca de alojamiento, de víveres para navegar y de cualquier otra cosa necesaria. Seguimos embelesados en el ir y venir de sus uñas, todo un prodigio de la ofimática.

– ¿Por qué no nos preguntará otra vez la razón de llevarse el barco? Ahora me explayaría. Y también le explicaría el porqué de que tenga tan pocos clientes.

– No vale la pena discutir con Ms Uñas, lo que hay que hacer es pirarse de “Desolation” cuanto antes.

El guardia jurado nos abrió la puerta de salida y nos dio el número de un taxi.

– ¿Por qué no os quedáis a dormir aquí?

– Porque no lo permiten.

– ¿Qué me dices? Vamos a hablar con las oficinas otra vez. Es solo una noche y ahora no hay nadie; no está bien que os hagan buscar un hotel; están medio cerrados en invierno.

Ms. Uñas no cambió su sonrisa ni un instante, ni siquiera para volver a decir: no, no está permitido.
El guardia jurado dio una patada al suelo cuando salimos. Estaba realmente cabreado.

-¡Malakas! Con la difícil situación que estamos pasando… es el momento para ayudarnos los unos a los otros ¿Pero a ella que le importa? mientras cobre su sueldo.

Me hubiera gustado darle un abrazo y decirle que Grecia, sigue siendo Grecia por personas como él, sin uñas negras y sin brillantes, sin sonrisa congelada; personas que todavía tienen la empatía de ponerse en el lugar del prójimo; ahora, en los malos momentos. Pero el taxi ya había parado frente a la puerta y el vocerío de los perros no nos dejaba oír nada.

Gracias palikari.

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