Atenas tiene un nombre plural. Se cree que surgió de la unión de una serie de villas cercanas. Hoy, el monstruo ateniense, crece y crece devorando a todos los pueblos adyacentes hasta alcanzar los cuatro millones de habitantes. Pero esa ciudad destartalada, que se hizo grande demasiado deprisa, sin tiempo para saborear su madurez; tiene un encanto que vale la pena descubrir. Sin comentar la emoción que puede sentirse al subir a la Acrópolis en día despejado por el viento del norte; el Meltemi. O en un día lluvioso, o… cualquier día.
“Grecia reposa en el mar”, dijo el poeta Odiseas Elitis. Atenas hace honor a ese reposo, aunque el tamaño de la ciudad impida tener una perspectiva clara. Atenas, y más en concreto El Pireo son eminentemente marítimas. Es desmedido el número de mercantes y petroleros fondeados frente a su costa y el de ferrys que salen diariamente hacia las islas.
La base de Atenas es la idónea para aquel que disponga del tiempo justo para hacer un crucero de una semana por las islas del golfo Sarónico : Egina, Poros, Hydra y Spetses; o para aquel que, disponiendo de más tiempo, se quiera aventurar por el proceloso Egeo hacia las Cícladas: Kea, Andros, Mykonos, Syros, Sifnos…
Y desde luego, al amarrar el barco, a la vuelta, tener la posibilidad de ir a cenar a uno de los múltiples locales con música griega en directo o deambular por las calles de Plaka mientras en lo alto admiramos el Partenón, es toda una recompensa.